
Maite Zubillaga-Olague, Dra. Laura Cañadas y Dr. Jesús Manso
Alteridad, 2025, 20(2), 259-272© Universidad Politécnica Salesiana, Ecuador
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1. Introducción
En los últimos años el sistema educativo
español ha tenido que afrontar diversos cambios,
entre los que se encuentra la ruptura con procesos
tradicionales de evaluación centrada únicamente
en la calificación del estudiantado (Sanmartí, 2023;
Santos-Calero et al., 2024; Santos-Guerra, 2003).
Así, se buscan alternativas que pongan el foco en
la evaluación como una herramienta para para la
mejora del proceso de enseñanza-aprendizaje que
permita al alumnado aprender más y al profesorado,
optimizar su enseñanza (Álvarez-Méndez, 2011;
Anijovich, 2017; Berisha et al., 2024; Santos-Guerra,
2003). Son numerosos los estudios que han mostra-
do los beneficios de integrar los procesos de evalua-
ción formativa en el aula, destacando, entre otros,
su capacidad para promover el desarrollo integral
del alumnado (Casanova, 2021; Sanmartí, 2023). El
empleo de procesos de evaluación formativa debe
realizarse a través de prácticas sistemáticas y rigu-
rosas que faciliten la consecución de dichos bene-
ficios (Álvarez-Méndez, 2011; Cai et al., 2022). Así,
son cinco las estrategias clave que ha propuesto la
literatura para implementar procesos de evaluación
formativa (Wiliam y Leahy, 2015): (1) Compartir y
comprender los objetivos de aprendizaje y los cri-
terios de evaluación con el alumnado; (2) realizar
debates de clase, preguntas y tareas que permitan
evidenciar el aprendizaje; (3) dar feedback al alum-
nado que le permita avanzar en su aprendizaje; (4)
implicar al alumnado en la evaluación de su propio
aprendizaje; e (5) implicar al alumnado en el proceso
de evaluación del aprendizaje de sus compañeros/as.
Las tres primeras son las que, según investigaciones
previas, el profesorado emplea con mayor frecuencia
(Chazi-Nacimba et al., 2024; Kaur, 2022; Kruiper et
al., 2022), aunque su empleo en el contexto educativo
sigue siendo escaso o no se realiza de forma correcta
(Álvarez-Méndez, 2011; Andersson y Palm, 2018;
Chazi-Nacimba et al., 2024; Dayal, 2021; Enu, 2021;
Jawad, 2020; Yan et al., 2022).
Respecto a la primera de las estrategias, aunque
el profesorado tiende a comunicar y explicitar qué es
lo que se va a trabajar y cuáles son los logros espera-
dos (Chazi-Nacimba et al., 2024; Grob et al., 2019;
Zubillaga-Olague y Cañadas, 2021), generalmente
se centra en numerar los objetivos que se pretenden
lograr sin asegurarse si han sido comprendidos por
el alumnado (Van der Linden et al., 2023). En el caso
del profesorado de Educación Secundaria Obligatoria
(ESO) incluso, se asocia esta estrategia con compartir
con el alumnado el porcentaje otorgado a las diferen-
tes tareas a realizar (Sanmartí, 2023). Una práctica
aún menos desarrollada es la involucración del alum-
nado en la construcción de los objetivos y los crite-
rios de evaluación (Cañadas, 2023; Sanmartí, 2023).
Respecto a la segunda de las estrategias, las activi-
dades formativas y preguntas desarrolladas deberían
alinearse con los objetivos y criterios de evaluación
planteados (Kaur, 2022) además de fomentar el pen-
samiento crítico y la participación del alumnado
(Van der Linden et al., 2023). Sin embargo, cuando
se utiliza esta estrategia, generalmente el profesorado
formula preguntas con enfoques tradicionales donde
únicamente se solicita la respuesta de aquellos que
levantan la mano o buscan comprobar si el alumnado
está atento (Casanova, 2021; Goertzen et al., 2023;
Sanmartí, 2023; Yan et al., 2022). Finalmente, respecto
a la tercera de las estrategias, la retroalimentación, el
profesorado debería proporcionar información sobre
el desempeño del alumnado, aportando detalles espe-
cíficos sobre qué hacer a continuación que les ayu-
den a identificar los pasos necesarios para mejorar
(Anijovich, 2017; Kruiper et al., 2022; Moreno, 2023).
No obstante, generalmente estas prácticas se
presentan en forma de marcas de verificación (p.
ej. cruces, ticks) o comentarios (p. ej. buen trabajo,
bien hecho, sigue así), siendo escasos los docentes
que indican aspectos a mejorar y cómo hacerlo.
Este hecho se agrava a medida que aumenta el nivel
educativo debido a la relevancia que adquiere la
evaluación del grado de adquisición del contenido
académico, invirtiendo la mayor parte del tiempo
en su valoración y, dejando de lado acciones de
retroalimentación (Krupier et al., 2022; Moreno,
2023). Esto se complementa con la obligación de
establecer calificaciones, lo que hace que, aunque
estas vayan acompañadas de un breve comentario,
no se le dé importancia ya que la nota adquiere
mayor valor para el alumnado y sus familias (Grob
et al., 2019; Sanmartí, 2023). En Educación Primaria
(EP), aunque se trata de emplear notas cualitativas
para mitigar el impacto de este proceso, son escasos
los docentes que dicen conocer prácticas que les
permitan proporcionar una retroalimentación eficaz
(Casanova, 2021).